–Ahí lo florido divino–

Un lugar donde florecen metáforas, caminando por las montañas de Armenia, encontré un sitio hecho de prismas basálticos, donde la materia se expresa en patrones y simetrías, donde la geometría surge como lenguaje de lo oculto. Un campo de signos, donde se revela lo que es más de lo que es, donde todo canta, donde la lente refleja claridad. La physis —palabra griega que significa «naturaleza” o «lo que brota»— es el orden explícito que se nos muestra. El lugar donde brilla la luz más clara, donde surge armonía y belleza; ahí lo florido divino.

Aquellos  cristales de roca son una manifestación de la geometría oculta. Cuando un líquido se enfría y se cristaliza, ocurre una especie de revelación: el caos informe se ordena en simetrías perfectas, como si el universo tomara una pausa para escribir una sinfonía en un idioma primigenio, hecho de formas y patrones. La materia líquida, en su transición a sólido, encuentra su expresión en estructuras geométricas precisas, los cristales son símbolos gráficos de la armonía subyacente de la naturaleza, una expresión del «florecimiento» geométrico que se puede experimentar en entornos sagrados.

Platón y Pitágoras ya lo intuían: la geometría es el lenguaje primordial del universo, el modo en que la realidad se comunica consigo misma. Para Pitágoras, los números y figuras no eran solo herramientas, sino símbolos sagrados que revelaban la armonía cósmica.  Lo mismo ocurre con los cristales: su perfección material es una metáfora de la estructura oculta de la realidad, lo implícito.

Algo similar dice Rupert Sheldrake en su teoría del «campo de resonancia mórfica” al sugerir que la naturaleza sigue patrones inherentes, estructuras preexistentes que actúan como modelos o arquetipos de acuerdo con su resonancia física. Así los espacios serían manifestaciones visibles de un “campo” subyacente de ordenes, un código que la materia sigue de manera regular en su estructuración. La conciencia y el inconsciente, que no son diferentes de la physis, también seguirían esos modelos, ¿y cómo podríamos medir esos campos?, tendríamos que penetrar lo cuántico, salir del binario a lo probable, e incorporar un entendimiento racional de la dimensión de lo posible.

La física cuántica nos ofrece una visión ampliada de la realidad, en la que la materia no se compone de simples puntos indivisibles, sino una vibración dentro de una matriz geométrica multidimensional. Ya decía el filósofo Hegel en su dialéctica que el «todo» no es simplemente una suma de partes aisladas, sino una totalidad orgánica donde cada parte tiene sentido solo en relación con el todo. El físico teórico David Bohm también describió el universo como una “totalidad implícita”, una especie de estructura invisible en la que cada parte está conectada con el todo. El estudio de la geometría desde su descubrimiento, abrió portales que permiten a la mente humana vislumbrar el tejido fundamental del universo.

El templo de Garni, construido sobre un valle de vieja lava volcánica al que el cause del río Azat dio forma, fue construido al dios armenio Mihr, deidad de la Luz, muy cercano en significado a Mithra, dios de la tradición zoroástrica persa, que se encarna en la Luz y simboliza Verdad como la fuerza que da orden y justicia. En su tradición los juramentos se hacen ante esta deidad, de frente a la luz.  En armenia los ríos también son parte esencial de su cultura, la forma de su alfabeto tan peculiar está inspirada en las curvas de sus ríos. 

Templo de Garni, Armenia.

Templo de Garni y prismas basálticos de la zona. 

Armenia. Mayo, 2023

Composiciones fotográficas.

No uso dron. 

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