–La libélula escarlata–

.

Camino entre ruinas humanas, una calle con cientos de personas a mi alrededor poseídas por terribles adicciones, carcasas abandonadas que tambalean al viento, sus cuerpos caen a pedazos, mendigan a los suelos por una colilla de cigarro, urgen en los basureros una lata, por las últimas gotas de alcohol de una botella, los que consiguen su preciosa dosis se arremolinan en una esquina como insectos sobre un mendrugo de azúcar que se inyectan a la sangre con una vieja aguja. Ese lugar existe en las calles de un barrio que habité en la ciudad Alemana de Frankfurt, donde acontecen escenas de degradación, vicio y deshumanización hasta el horror a unos pasos en la calle, la prostituta desgarrada que a medio día camina sin un zapato y sus rodillas apenas pueden mantenerla en pie; el niño sucio y desnutrido que al amanecer por la calle ha encontrado una dosis usada y sus ojos desorbitados saltan de deseo por extraerle cuanto antes el jugo intoxicante que le queda. Camino entre ellos, soy ellos mismos. El abismo de lo real es abrumador y me bebo a fondo el vaso de mis emociones hasta perder la consciencia de mí, cierro los ojos para poder mirar con el Ojo del alma, abro los brazos al mundo y busco. Si hiciéramos añicos la tierra y sus ídolos podríamos Ver, ponernos de frente y mirar el nombre y rostro de esos ídolos. ¿Cuánto de su imagen y semejanza habita en nosotros?, desde el Dios de los cielos más altos y la totalidad unida, hasta el demonio más profundo de nuestra materia y la individuación que de ella hacemos, ¿puede cada quien nombrar a sus ídolos?, ¿el dinero o el yoga? ¿cuales se vuelven beneficiosas y cuales dañinos?  

Las adicciones son adaptaciones naturales de un organismo cuando el ambiente que lo rodea no le provee alivio suficiente ni sentido de conexión, los seres humanos anhelamos conectar, sentirnos parte, y cuando en las sociedades se rompen los medios de conexión (con los otros y con el resto de los seres vivos, con la materia, los cielos y todo lo que les trasciende), los seres descienden en su –escala cósmica–, que es el camino de su conciencia; de alguna manera, como el personaje de Kafka, nos «insectificamos» cuando perdemos las formas de conexión más humanas y con facilidad adoptamos otras que nos mecanizan, cuando dejamos de usar los sentidos, la intuición o la razón y los reemplazamos por recompensas químicas o respuestas sintéticas. Un pastelillo, un cigarro, una compra, el desahogo social en las redes digitales, cualquier forma de descarga hormonal que nos dé una recompensa se puede convertir en una adicción en la mente. Convertirse en un insecto significa perder valor como ser humano en el entorno cercano y social, a veces hasta –poco menos que basura, que no vale la pena ni recoger–. La pérdida de la dignidad es perder la base de todo lo que nos hace humanos, los entornos que nos despojan de humanidad erradican la autenticidad y nos disuelven en una masa de individuos aislados, seres reducidas a las funciones más vanas, que viven atrapadas en estructuras sociales rígidas, en tareas repetitivas y en especial cuando el entorno está lleno de violencia física, económica, política, –por ser mujer, por ser pobre, por ser migrante–, cuando se vive en trauma, aislamiento, o completo desasosiego, los seres buscan alguna forma de alivio en lo que sea que les retorne un poco de sentido de disolución en la unidad, que adormezca un poco el dolor de la existencia.  

Caminé hasta el centro de la ciudad y entré en la catedral vacía, me puse en el centro y mirando hacia arriba de adelante hacia atrás con el rabillo de los ojos abiertos hasta percibir la curvatura del espacio en todas direcciones, quise Ver y apareció ahí una gran libélula rojo escarlata. –Oh bellísimo terror–. En la naturaleza a menudo este color indica a adversarios y depredadores que su especie es agresiva y territorial, y aunque no tienen aguijón, ni representan peligro alguno a los humanos, hacen saber que agredirán si se las amenaza. 


A los casi 5000 adictos que se dice habitan Frankfurt, no los fotografié, me parece vulnera su dignidad. Aunque ellos están afuera para algo, para que los miremos, y nos digan silenciosamente: yo soy otro tú, con la sola diferencia de unas pocas malas desiciones, de un azar cruel. 

En el documental Zombie land los entrevistadores encuentran el caso muy duro de una persona que vive en la calle, platican con él y luego cuando se va, sueltan en llanto y se preguntan ¿qué se puede hacer?, ¿darles dinero, darles un regalo?. No saben que lo que mejor se puede hacer es lo que han hecho ya: sentarse a hablar con él, a escucharlo decirse a si mismo que buscará maneras de cambiar su situación, a hacerlo sentir humano, como es ser querido y cuidado por lo otros, que son sus hermanos. Esa creo es la respuesta que buscan las sociedades. Y con gusto, a los pocos días de haber pensado en aquello, me encontré a un chico con su patineta, sentado a su lado escuchando a un indigente. Contento no por creer que había descubierto algo, sino por saber que la idea está afuera, viva entre los que la aplicamos. ¿Qué es ser más humanos?.

Catedral de Frankfurt, Alemania. 

Animación a partir de una composición de 40 fotos individuales.

Ago, 2024.

Zombiland:  https://youtu.be/gpoJq1c8UKQ?si=vqfvrkgL7kOJMouR

La libélula escarlata (Crocothemis erythraea): https://en.wikipedia.org/wiki/Scarlet_dragonfly

Compártelo

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*