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La oscuridad es sólo un recurso de la luz.
Contar el tiempo es algo que casi nunca hacemos,
encargamos la tarea nuestros relojes
y confiamos en ellos.
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¿Cómo contar el tiempo cuando no se tiene un reloj?, ¿cómo hacer de la fotografía un acto de meditación para conocer de la naturaleza del tiempo presente?
La fotografía está íntimamente ligada a la medición del tiempo de exposición, primero con relojes de bolsillo y más adelante con cronómetros integrados que facilitaron la tarea pero que por lo regular miden un máximo de 30 segundos. Para exposiciones superiores se requiere de un reloj, que no uso. Así que esa noche, parado frente a mi cámara, decidí hacer de mi, un instrumento del tiempo. Comencé a contar mentalmente de manera similar a prestar atención en la respiración al meditar, una atención sutil, que mantiene la mente calma.
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Contar a mano el tiempo de las fotos
El problema con contar es que requiere demasiada atención; en especial en cuentas largas, la divagación más mínima y y es fácil perder la cuenta. Además, existen un millón de cosas más interesantes que pensar durante 5 minutos que sólo contar números. Así que ideé un sistema que usa mis manos y convierte una parte de mi mente en un reloj y la otra la deja libre para mí. La técnica consistió en contar del 1 al 20, tarea sencilla que utiliza muy poca capacidad mental y reduce la posibilidad de equivocarse; al escuchar el número 20, como un engranaje que se mueve mecánicamente, mover uno de los dedos de la mano derecha. Así, esa mano puede contener hasta 100 segundos. Al escuchar en mi mente el número 100, con un poco de atención y práctica, levantar uno de los dedos de la mano izquierda y reiniciar la cuenta vigesimal con la derecha. Con esta técnica conseguí exposiciones de hasta 500 segundos (poco más de 8 minutos) y mi mente libre para divagar.
La primer fotografía de la serie consistió en tres tomas independientes de 147, 300 y 437 segundos acopladas en un proceso posterior que muestra la estela del movimiento de las estrellas separadas por los intervalos entre tomas.
El cielo aparece como un inmenso reloj analógico que mide un rango 23 minutos en el tiempo, y a la vez aquellas marcas en el cielo se asemejan a los surcos del código binario digital grabados en un DVD y vistas con un microscopio. La unión de dos lenguajes que describen el mundo, el analógico, que mide un rango de valores y el digital que lo representa en valores encendido y apagado.
De alguna manera el tiempo de las fotos, contado a mano, segundo a segundo, es una interpretación personal de lo que un segundo debería durar, así, el acto se convierte también una fotografía de mi más profunda subjetividad, capturada en la foto como la duración de las marcas de encendido y apagado de las estrellas; Mi tiempo presente, haciendo la fotografía y el tiempo ausente, con mi atención centrada en analizar la toma, prepararme para la siguiente. Hice una primer toma de dos minutos y medio, la miré un minuto, hice ajustes y luego hice un segundo disparo con el que entré en un trance de 5 minutos (300 seg), esta vez esperé casi 7 minutos antes de disparar de nuevo, me perdí en las profundidades del silencio esperando por el momento para iniciar la última toma. De repente, a mitad de lo más negro de la noche, un ave vino de frente y pasó rasante sobre mi cabeza, mi cuerpo entero tembló de vértigo al borde del mirador, una carga de adrenalina se disparó dentro de mi como impactado por un rayo hasta los nervios, me tranquilicé, tomé un largo aliento y abrí de nuevo el obturador. Me adentré 7 minutos (437seg) en las grietas de un tiempo que se pareció a la eternidad, cargado tal vez por la adrenalina, en el punto más profundo de la meditación encontré una manifestación de lo que puedo llamar divinidad, la esencia de lo innombrable, la manera infinita del todo que me inundó de luz en un éxtasis. Esa noche regresé a casa eufórico, con unas pocas fotos como un tesoro guardado en la cámara, y la revelación de lo que la fotografía podía hacer en mi. Más tarde llamaría a esta idea Tesis, y sería la base de todo mi trabajo futuro.
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La fotografía como acto de meditación
Hay algo en el hecho de contar de manera manual en lugar de que lo haga una máquina, un proceso artesanal de confección de la fotografía que nos hace «sentir» el tiempo en su paso a través de nosotros hasta el sensor digital. Un acto de entendimiento de la subjetividad y naturaleza del tiempo. Al ocupar parte de nuestra mente en un proceso separado como el de contar, presionamos nuestra conciencia y esa restricción permite que las ideas fluyan con más fuerza, de la misma manera que el chorro de agua de una manguera aumenta su velocidad al presionar la boca de salida o las ideas de un poema se concentran en la restricción del haiku. Al prohibirme pensar, mi mente valoró cada pequeño espacio de libertad. De pronto dejé los pensamientos triviales e ideas más profundas aparecieron. Abrí los ojos, dejé que la luz de la noche inundara mi visión como los fotones que se acumulan en la señal eléctrica del sensor. Hacia la última toma mi mente alcanzó un estado contemplativo de calma total, la visión del tiempo como un sólo instante de presente continuo. En completa libertad para ir a donde quisiera, mi mente se quedó ahí, en el silencio de un lejano tic-tac resonando a mitad de la noche: El tiempo interior. En esta imagen, compuesta de 3 fotos panorámicas, de 141, 157 y 154 segundos respectivamente, intenté conseguir la misma exposición para las 3 tomas, unos dos minutos y medio. Descubrí en el latir de mi corazón, que mis estados emocionales determinan mi percepción del tiempo y como la respiración puede balancearlos.
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La contemplación es un estado espiritual, fundirse con lo observado.
Parado al borde del mirador, abrí el obturador, luego junto con la cámara, abrí los ojos y me dejé llevar como quien absorbe una bocanada de aire hasta llenarse por completo y entonces seguir dejando entrar más y más hasta vaciar la mente de todo pensamiento, mi interior se convirtió en todo a mi alrededor, fui todo y uno a la vez, nada me era ajeno.
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Una foto que se convierte en una fiera a vencer a mitad de la noche
La noche siguiente encontramos cerca de ahí algo sorprendente, un tipo de embarcación en Vietnam que usa luces muy fuertes para pescar, de repente, a mitad de la noche, algo que se interpuso a esa luz generó un gran rayo de sombra. Sólo duró un instante y desapareció, para mi fue un momento lleno de poesía. Un momento así se convierte en un animal salvaje, sólo imaginarlo retratado hace retumbar al corazón, sin siquiera sacar la cámara, enciende mis sentidos, me pone a temblar, una foto que se convierte en una fiera a vencer a mitad de la noche. Si no se hace todo perfectamente bien en una fracción de tiempo, se fracasa y el momento escapa, si por el contrario, se domina la técnica y se corre con suerte, podemos capturar lo intangible, aquello que no pertenece a ninguna jaula, y no cabe dentro de ningún marco: la poesía del andar, la sombra del tiempo detenido.
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La oscuridad es sólo un recurso de la luz
No existe nada en la oscuridad que no esté ahí cuando lo vemos bajo la luz. La cámara puede tomar durante un largo periodo la poca luz que haya y mostrarnos aquello que era imperceptible al ojo. La oscuridad es sólo un recurso de la luz, un vacío que muestre por contraste una visión, de la misma manera que el silencio deja escuchar la música, o la hoja en blanco contiene todo lo posible hasta que se escribe sobre ella.
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Una isla flotando en el espacio
¿Por qué todas las estrellas parecen girar alrededor de un sólo punto? ¿Qué hace tan especial a Polaris? La respuesta es tan simple que estando parado bajo las estrellas, de repente todo hizo sentido. Las estrellas no se mueven alrededor de una, en realidad las estrellas se mueven muy poco en relación con nosotros, la tierra es la que gira, flotando en el espacio sobre un eje, Polaris es aquella estrella a la que apunta el eje norte de la Tierra. En un cielo así es fácil imaginarnos flotando en el espacio, una pequeña isla de vida que gira incesante en la inmensidad.
Todas las fotos fueron tomadas en la Bahía de HaLong, Vietnam.