El día de la no acción
Un día carente de toda acción. Sólo despertar, ir al estudio, marcar un círculo y pasar un día dentro de sus límites.
Durante la «acción» me mantuve sentado sobre un círculo, en la caligrafía zen, el círculo es la representación del concepto Wu wei (hacer sin hacer) de la filosofía taoísta, sobre el que esta acción está inspirada. El Wu wei (la no acción) es un modo de actuar que no deja marcas, es invisible y armonioso. Una especial forma de fluir sin influir, de vivir sin interrumpir y de favorecer sin impedir. Pilar de un tipo de pensamiento cada vez más escaso en el mundo, la práctica del Wu wei tampoco significa renunciar a la voluntad propia, más bien, trata sobre cómo integrarse a los procesos naturales, fluir como acto liberador de la necesidad de control. El Wu wei es una «quietud creativa», el arte de dejar estar, dejar fluir. No se trata de una actitud de inmovilidad, de soportar lo que nos altera como acto estoico, sino de utilizar el autoconocimiento y autocontrol en la búsqueda de cambio, en el descubrimiento de las virtudes propias para fluir ante lo adverso. Lo único que podemos cambiar está en nuestras manos: nuestro comportamiento, y desde ahí podemos reflejar ese cambio al exterior para contribuir a uno más profundo. La no acción es un tipo de pensamiento que sirve como instrumento de transformación de una sociedad, aunque de manera muy lenta. Valora el proceso de germinación y cultivo sobre la forma simplista de nuestro tiempo de sembrar para cosechar, presionar un botón y obtener respuestas inmediatas, comida rápida que ignora por completo su proceso, vidas desconectadas de los procesos naturales.
Este tipo de cambio no está diseñado para quien piensa que «aquí las cosas no funcionan así, que es imposible lograr que la gente tome conciencia, que por eso hay que obligarlos a respetar», la no acción propone, por ejemplo, que es mejor informar y dejar que una idea sea adoptada por sus propios beneficios entre la sociedad que legislar e imponer una norma, invitar en lugar de forzar, apelar a la responsabilidad individual en lugar de imponer sanciones y controles.
Un gran ejemplo de esto lo vimos en días recientes con la imposición de un límite de velocidad a los autos y medidas coercitivas para su aplicación con cámaras, multas exorbitantes y una campaña con tintes de terrorismo de Estado, cuando lo que hacía falta era sensibilizar y hacer entender a los conductores sobre los beneficios de mantener baja la velocidad de un auto con toneladas de peso en una ciudad donde se convive con millones de peatones y otros vehículos. Al final la movilidad se trata justo de eso, de moverse, y disminuir la velocidad es una manera mucho más eficiente para que todos se muevan mejor, nos hace sensibles al bien común. Al final, todos terminaron perdiendo: los límites no son respetados, el ingenio mexicano inventó un montón de trampas para saltar los controles y las pequeñas calles, donde no hay cámaras y es más peligroso andar a alta velocidad, terminan siendo el desahogo de miles de automovilistas enojados y frustrados. La medida coercitiva termina resultando contraproducente.
Alegoría al tiempo detenido
El día comenzó con una larga meditación para estabilizar mis ritmos interiores, hacerme a la idea que no habría comida y reducir mi metabolismo. Después, como acto simbólico fui colocando en un semicírculo alrededor de mí, capullos secos de Selaginella lepidophylla, planta conocida como flor de Jericó o flor de la resurrección, ya que al hidratarse, esta planta seca vuelve poco a poco a la vida y reverdece en el lapso de unas horas. Así, a manera de reloj natural, dividí el día en cinco partes y el eclosionar de las plantas generó una hermosa danza de tiempo en espiral a mi alrededor, como si fuesen pequeños astros orbitando en una constelación personal. La escala en la que el tiempo fue registrado en video por la cámara fue abismal: un cuadro cada 30 segundos, eso es, proyectado a 30 cuadros por segundo, un segundo de video cada quince minutos de tiempo común. Es una escala de tiempo brutal, que disuelve el ego: un minuto sentado sin hacer nada es una fracción mínima, indistinguible de algo que podría perdurar, algo así como lo que para la totalidad de la vida significa un día, una fracción mínima pero significativa, sí es que lo podemos ver. Entrar en esa escala, saber de la presencia de la cámara, vivir o «sentirse vivo» una vez cada 30 segundos me transportó a una medida de tiempo distinta, un tiempo de planetas, desde donde todo transcurre en órbitas, en ciclos interconectados, hacer presente que todo depende de la escala con la que se mira.
El día fuera de la ventana transcurrió a su paso regular. Me dejé llevar por el flujo, jugar con el tiempo detenido dentro del círculo. Mucho se puede hacer cuando no hay nada más por hacer. Poner atención en el cuerpo mientras éste se mueve con mucha lentitud produce sensaciones fuertes y fáciles de observar, un estado de conciencia plena. No sufrí el hambre, pero el andar lento requiere mucha fuerza física y acabé con la energía de mi cuerpo. Como si la energía destinada a la digestión fuera dirigida a la mente, una claridad inusitada me inundó. Fue un ejercicio que recomiendo a cualquiera [con su debida preparación], desconectarse temporalmente de todo, aventurarse a conocer su cuerpo desde dentro para recobrar la conciencia de sí. También se pueden hacer aventuras similares: un día sin comprar nada, un día sin comer nada procesado, un día sin transporte motorizado.
El tiempo que tenemos es único y precioso, aprender que podemos detenerlo, como en un acto de magia, mientras el resto del mundo sigue, para así contemplar la joya atrapada en cada instante.
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