Que el andar propio dibuje la forma de la vida.
El 22 de marzo de 2015 regresamos de Asia. Ese día comenzó el registro de mis movimientos por la Ciudad. A un año de distancia, tomo una foto de ese registro en un mapa y lo uso como representación abstracta y gráfica a la vez, de algo igual de objetivo y abstracto: mi paso por este mundo, o mejor dicho, la sombra digital de mis pasos.
El teléfono en mi bolsillo utiliza un complejo sistema de señales para encontrar mi ubicación, desde redes wifi y triangulación de antenas celulares hasta una gran cantidad de satélites del sistema GPS que orbitan fuera de este mundo. Líneas energéticas invisibles que se entrelazan para encontrarnos, magia de nuestra era que utilizo para dibujar con mi movimiento.
El exoesqueleto: La silueta de un hombre
En el mapa, los trazos largos y gruesos son rutas estructurales, lo más duro del exoesqueleto de la ciudad a la que doy forma con mi movimiento, mis vías de circulación primaria, arterias y avenidas de un ser más grande que el conjunto de todos.
Los trazos más delgados son a veces producto de Derivas, actos intencionales, con la finalidad de perderme, ir sin destino fijo hasta irremediablemente encontrar rumbo. Otras veces son el resultado de una ruta específica, proyectos o actos para buscar una forma deliberada y simbólica.
Las Derivas nocturnas permiten andar despacio, con menos tráfico, en silencio. Muchas veces me llevaron por las calles al oriente del Zócalo, una zona de la ciudad donde casi nadie incursiona de noche: los comercios cierran y las calles casi se vacían. Salgo a la calle en mi bicicleta y silencio las ideas preconcebidas, abro mis sentidos y comienzo a escuchar con el cuerpo entero, dejo que el ambiente sea el que hable, pongo mi atención en las señales que recibo y no en un prejuicio. Así me encontré con la grata amabilidad de personas durmiendo sin techo en La Merced y la hostilidad de una camioneta de vidrios polarizados que ronroneó intimidante varios minutos detrás de mí en las calles de Polanco.
En el corazón de la imagen, que es a la vez el centro cartográfico, se encuentra el lugar desde donde me muevo, la representación simbólica de mi centro físico.
La célula
Una pequeña célula verde un día se da cuenta de que es parte de un ser más grande, uno que crece, se mueve y transforma. No sabe si las demás células lo ven o lo entienden de la misma manera, pero igual se lanza a la tarea de contar su descubrimiento al que pueda. Y la mejor manera que encontró para hacerlo fue moviéndose.