Vivir solo en una casa con un hábitos regulares me dio la oportunidad de medir algunas estadísticas interesantes. La vida cuantificada como una forma de autoconocimiento.:
8 Meses (256 días) de papel higiénico. 32 rollos de 120 hojas = 3840 hojas.
15 cuadritos diarios con promedio de 6 o 7 cuadritos por uso.
8 Meses (256 días) de un chorrito de leche para el café de la mañana.
36 cajas de 1 litro ($10 Dirhams Marroquíes, unos $20 pesos por litro)
Una media de 100 ml por taza.
8 Meses (256 días) de datos celulares de Internet.
17 tarjetas de 10 drh (17 Gb), 13 tarjetas de 20 drh (26 Gb), 9 tarjetas de 30 drh (27 Gb). 70 Gb en total = $700 Dirham Marroquíes, o unos $5 pesos diarios. Tenía la impresión de gastar mucho más.
1.9 gb a la semana. Un promedio de 273 megas al día.
Pasé una larga temporada aislado del mundo en la villa de pescadores de Mirleft, un tiempo que opté por convertir en un retiro, ganas de bajarme de un tren sin destino anunciado. En un mundo en que los seres son definidos por sus consumos, acá hay poco por consumir. La actividad social de la mayoría de los hombres es sentarse en un café a mirar sus teléfonos (muchas veces sin consumir nada) y de las mujeres el sentarse fuera de sus casas a mirar la tarde y platicar con las amigas. Toda otra actividad está vetada por la tradición, no hay fiestas, ni celebraciones de ningún tipo, no hay eventos deportivos, ni cívicos. La música en vivo y en general la mayoría de las actividades que salgan de la vida tradicional no son bien vistas, ante eso, la mayoría escapa del peso de las horas a sus pantallas, a esa luz que ilumina sus rostros, pero no los toca ni los enciende. Aquí hay que recordar que hasta poco antes del renacimiento en Europa la música era considerada como el origen de muchos males, una degeneración del espíritu que conducía al infierno. El Bosco retrata magistralmente esto en su Jardín de las delicias, y aunque hoy eso suene incomprensible, no dista mucho de los temores a las tecnologías 5G o la enajenación por las redes. El inconsciente teme que despierte la pasión, que es una forma de olvido del sí mismo, de perdernos a nosotros mismos y por eso muchas culturas optaron por apaciguar las pasiones. Así, muy pronto al inicio del confinamiento preví los posibles efectos nocivos de esta mezcla de factores, el aislamiento y la pantalla como única salida al mundo con detrimento a mi salud mental y emocional. Decidí entonces usar esta oportunidad única de retiro y hacer el sacrificio de abstenerme de consumir videos y limitar mi consumo de datos. Tarea casi imposible en esta época llena de cosas interesantes por mirar, pero esa es la idea detrás de un sacrificio, de «sacre faccere» (hacer de algo sagrado), porque no hay nada más sagrado que nuestro tiempo en esta vida, la llama que emerge de la quema del combustible de nuestra existencia, nuestra atención, la sustancia con la que creamos realidad. Un tiempo precioso se nos otorgó para detenernos y reevaluar nuestras vidas, a quién y a qué damos esa energía de nuestra atención. Como Thoreau, quise descubrir qué tanto tenía la vida para enseñarme más allá de los medios tradicionales, y así salí cada día a caminar para aprender de las montañas y las nubes y el más profundo aliento de mis pensamientos emergió de la naturaleza. Purificarse del consumo de información se parece a dejar el tabaco o la carne, en un instante todo adquiere mucho más sabor, los pensamientos se clarifican y los sueños lúcidos se intensifican, aquello que habita el subconsciente emerge, el sí mismo es una entidad colectiva, el espíritu cambiante y en construcción de nuestro tiempo, los más sublimes sueños y las más oscuras perversiones del espíritu sobrepuestas al largo pulso de lo natural danzando al tic tac de un tiempo cósmico. Como todo retiro, lo interesante no es evadirse o aislarse, sino purificar los sentidos y volver en equilibrio, pellizcarse el brazo para descubrir si todavía corre sangre por debajo. Si la luz de la palabra o la música aún nos toca y enciende algo dentro.