Andar la ciudad. Una caminata de extremo a extremo

Andar no sólo significa desplazarnos, también implica apropiarnos, a través de los sentidos, del terreno. Para poder habitar una ciudad necesitamos andarla, de lo contrario nos convertimos en seres ciegos que como topos conocen únicamente las entradas y salidas a la realidad. Habitamos cajas y maquinalmente somos transportados por otras cajas; nuestra percepción del terreno permanece vedada, tan sólo una referencia geográfica, nunca el espacio real. Al andar a pie con los sentidos abiertos, rompemos ese transitar mecánico y repetitivo de las masas, nuestros sentidos comienzan a «construir» y apropiarse del espacio en la medida que avanzamos. Mirar requiere toda nuestra atención, y al enfocar esa atención, el ruido de la mente se silencia, comenzamos a mirar de verdad.

    [singlepic id=2402 w=380 float=left] Andar es también entregarse a los vaivenes de la conciencia, sumergirnos en lo mirado, llevarlo en la mente y al instante siguiente dejarnos atrapar por el nuevo paisaje en un ondular constante hasta que algo atrape de nuevo nuestra atención lo suficiente como para detenernos, sacar la cámara y hacer una fotografía. Un paseo fotográfico debe estar lleno de música, el ritmo de la ciudad a modo de soundtrack musicalizado transforma la calle en escenario y a la ciudad misma en personaje. Una caminata, a solas o acompañado, representa un acto de voluntad que entraña un deseo de poblar de instantes la soledad. Para quien pueda disfrutarlo, el paseo se convierte en un acto sanador de reflexión y aprendizaje.

    Donde sea que camino, no paro nunca de maravillarme, un acto de extrañamiento que permite ver siempre con ojos nuevos, un eterno turista que descubre el placer de habitar un paisaje siempre cambiante, inhalar el detalle hasta intoxicarse de él. Encontrar belleza donde la masa transita aturdida por sus pensamientos. Dice Baudelaire en El arte romántico: «este solitario dotado de una imaginación activa, viajando siempre a través del gran desierto de los hombres, tiene un objetivo más que el del simple paseante…  Se trata para él de sonsacar a la moda lo que pueda tener de poético dentro de lo histórico, de extraer lo eterno de lo transitorio».

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    Retoma la ciudad  fue un proyecto que consistió en cruzar la Ciudad de México a pie, desde su extremo sur hasta el norte. Un recorrido de aproximadamente 30 km en poco menos de 10 horas junto con Gis Méndez. Nadie en la ciudad piensa ya en caminar más de una hora para llegar de un lugar a otro, no como si fuera absurdo o inútil, pero como si fuese imposible. Vivimos en un mundo de cabeza, desconectado de la realidad, donde un acto tan simple y elemental como andar puede ser revolucionario, incluso prohibido en lugares donde el dominio del auto ha dado lugar a la desaparición de las aceras. La gran urbe de fronteras invisibles cuyas murallas son precisamente las distancias. Donde igual se recorren 30 km en 30 minutos o en 3 horas o en 10, y la sensación de estar atrapado nunca cesa.

     Sumergirse en la caminata para cruzar la ciudad fue una experiencia reveladora, cientos de detalles de zonas que había transitado en transporte comenzaron a aparecer, a momentos la percepción de la distancia y el tiempo se trastornó por completo. Pasadas un par de horas, comencé a sentirme cansado, pero cuando el objetivo está todavía tan lejano, no queda tiempo para rendirse. La ciudad es un ente que limita la visión de larga distancia, nada más allá de lo más próximo es visible, constantemente nos remite a la calle actual, al momento actual como fomentando la miopía de nuestras sociedades que sólo se miran a sí mismas. Aunque de manera local también la ciudad se transforma constantemente, a lo largo de su eje norte-sur, colonia a colonia va tomando la identidad de sus habitantes y estos la forma de su entorno. Así pasa de la zona universitaria a la comercial hasta la industrial y habitacional, a veces cruzar una avenida es suficiente para percibir un cambio total de ambiente. Se me reveló lo sabido, la ciudad es muchas ciudades, tantas como miradas tengamos.

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    La noche cayó y rumbo al final, faltando apenas unas calles, me invadió una sensación de asombro ante lo obvio,  caí en cuenta de que veníamos caminando desde el otro lado de la ciudad, una locura que nadie podía ver. Quería contárselo a la gente, pero todos siguieron su paso normal. Cruzamos la meta invisible sin premios ni comités de bienvenida, tan sólo con el goce de descubrir cómo el mundo se mira distinto a 3 km por hora, y con las manos en una cámara en lugar de en un volante.

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El recorrido completo en imágenes:

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